Cuando se anunció que llegaba un blockbuster de ciencia ficción ruso promocionado como “la respuesta a Independence Day”, muchos imaginaron explosiones descomunales, batallas aéreas interminables y un héroe carismático al estilo Will Smith salvando al planeta. Sin embargo, la cinta terminó tomando un rumbo diferente, y eso es precisamente lo que la hace destacar.
Lejos de intentar copiar la fórmula de Hollywood, esta superproducción rusa apuesta por un enfoque más atmosférico y visualmente particular. En lugar de un despliegue constante de efectos digitales, la película se apoya en una narrativa más pausada, con énfasis en el misterio que rodea la llegada de los extraterrestres y en cómo la humanidad reacciona ante lo desconocido.
Las escenas de acción están presentes, pero no saturan el metraje. De hecho, se sienten como parte de un clímax cuidadosamente construido, más cercano a la tensión de películas como Arrival o District 9 que a la adrenalina ininterrumpida de Roland Emmerich. La dirección utiliza la escala y la estética visual para transmitir la sensación de pequeñez humana frente a un fenómeno cósmico imposible de controlar.
Otro punto a favor es la identidad cultural que mantiene la cinta. Se nota que no busca disfrazarse de Hollywood, sino ofrecer un relato con sensibilidad rusa, con personajes que se sienten más cercanos a esa idiosincrasia y con un trasfondo político y social distinto.
En conclusión, la película no es realmente “la Independence Day rusa”, sino una obra con voz propia que se atreve a proponer algo diferente dentro del género de invasiones extraterrestres. Para quienes esperan únicamente fuegos artificiales quizá resulte atípica, pero para los que buscan una visión fresca y alternativa del sci-fi global, esta producción se convierte en una grata sorpresa.